Bienvenidos a Nueva Providence,
un lugar en el que nunca había luna porque baja cada noche a follar con alguna
dama, y a cantar que no sabía por quién morir de amor. Esta isla era hogar para
las putas, el ron, y los piratas que no poseen corazón, e intentaban arrancarlo
a sus enemigos para conseguir llenar aquel vacío.
En la única taberna de ese
lugar, se encontraba la pirata más temible
y violenta que el mundo pudo presenciar en el siglo XVll. Su nombre llegaba
desde las mareas inglesas hasta los puertos caribeños. Decían que ella sí que
tenía corazón, pero quizás nunca llegó a amar a nadie y por eso, sonreía tanto
cuando poseía los sentimientos de las personas en la palma de su sucia mano.
Estaba sentada en la barra, con el ron apoyado en la mesa, y un puro entre los
cálidos dedos de su mano derecha. Alzaba la vista cada cinco minutos a su único
aliado de aquella noche, para pedir otra jarra y contarle que ayer vio una
sirena cantando su nombre, creando así la típica advertencia del tabernero que
nunca se cumplía: “ésta es la última que te pongo”. Ella le miraba de nuevo,
con esos ojos de mar que prendían fuego, y le gritaba que no estaba borracha,
sino triste de amor. El tabernero limpió un par de vasos más y le dedicó una
mirada que según ella decía: “No sé qué haces en esta mugrienta taberna llena
de piratas borrachos y malolientes. He oído deslumbrantes leyendas contadas por
grandes piratas, destrozaste los muros de la piratería, navegaste viento en
popa hacia un lugar de la nada y volviste plagada de historias que siempre
serán recordadas. Abandonaste tu hogar, llevándote a vagabundear por las
miserias de otros, te casaste con James Bonny y huiste con Calico Jack en busca
de un amor que todos desean encontrar. Él te amaba, lo sabías, y tú, tan solo le
querías como cuando un niño quiere a su muñeco, y eso es lo que ocurre contigo,
te parecen todos juguetes de trapo y no consigues amarlos como ellos te aman a
ti. Te enamoraste de Mary Read, y ella pudo llenar por un tiempo con amor y
amistad tu corazón vacío, que empezó a acabar cuando luchasteis espalda contra
espalda contra enemigos, y presenciaste su muerte en las rejas de aquella
mugrienta celda. Tuviste la valía suficiente de haberte escapado de la
horca,-Dios sabe cómo,-y te presentas aquí sin saber qué hacer con tu vida a
los veintiún años de edad. Te has reído de la muerte, has meado en la boca de
Cupido, incluso has llegado a escupir en
la cara a todos aquellos que dijeron que ninguna mujer podría hacer lo que un
hombre, y has peleado como nunca antes he visto pelear a nadie. No sé donde están
los corazones de todos estos piratas que vienen a beber a mi taberna, sé que mi
corazón está ahogado en estos vasos de ron, pero ¿dónde está el tuyo, Anne
Bonny?”
La joven muchacha oyó lo que quería oír, nunca
pensó que aquel hombre le echó una mirada que pedía que le pagase tras haberse
bebido aquellas cinco jarras. Bonny se levantó sonriente, cogió su sombrero colocándose
el puro entre los labios mientras escuchaba gritar al tabernero que solo le
había pagado un trago. El buen hombre corrió hacia ella, y le agarró el hombro
haciendo que ese gesto fuese lo último que hiciese en aquella noche. Notó como
la joven pirata le había estampado una botella de cristal en la cabellera. Se
cayó al suelo creando un silencio estremecedor en el lugar, y antes de cerrar
sus ojos, pudo oír la voz de un demonio de mar que gritaba:
“¡Soy Anne Bonny, hijos de
puta!”
Bienvenidos a Nueva Providence,
un lugar en el que nunca hay luna, porque dicen que una vez se enamoró, y cantó
a las sirenas que ya había decidido por quién morir de amor.