domingo, 19 de mayo de 2013

Silencio.

Me cuelga pluma de ángel caído, pero cualquiera diría que el halo que se mantiene sobre mi cabeza es el más hermoso que han visto nunca.
¿Soy así, o soy el reflejo de lo que ellos quieren que sea?

Mi esencia; mi viento, hablaban, pero las nubes callaban. Me miran, ríen y lloran. No me conocen, ¿cómo pueden amar? ¿cómo pueden odiar?

¡¡Que me ahogo!! ¡¡Que me asfixio!! ¿No lo entienden?

A mi, que el infierno no me quemaba, me hayo ardiendo en una chispa que yo misma provoqué.
¿Que he de hacer? ¿Lo que la gente cree que es lo correcto, o lo incorrectamente correcto que yo creo?
¿Que he de hacer? Si me cortan las alas cuando deseo volar, encerrándome en su maravillosa jaula de quebrantasueños.

Quiero gritar: ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Necesito ayuda! Pero, ¿para qué sirviría? Si solo escuchan: ¡Felicidad! ¡Felicidad! ¡Que feliz soy!

Mi piel no responde, se vuelve pálida. Pierde luz, la magia de soñar, nadie cree en mi, y con mi creencia no es suficiente para caminar.

Mis sueños se esfuman, dejando crecer a su alrededor dos grandiosas alas negras, dándome la suficiente sombra para ver la vida apagada, oscura.

En algún rincón de mi interior, oigo a mi alma llorar. Llora con dolor intentando arrancar las plumas maquiavélicas de mi cuerpo que le impiden soñar. Es frustante, soy incapaz de ayudarla.

Tan solo veo, observo como se seca las lágrimas, se tumba, cierra los ojos, y deja de soñar.

Pero antes de rendirse, mi boca se activa:

-Mis veintiun gramos, ¿a dónde vas, querida?

No obtengo respuesta, pero prosigo:

-¿Te alzarás sobre mis cenizas o arderás como yo en el fuego del cielo eterno, compañera?

Hay silencio, y dejo de escribir.

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jueves, 9 de mayo de 2013

The waits.

La anciana hizo alzar la voz, que rugió como dos débiles cascabeles entre la vastedad de sentimientos, en cuyos colores primarios reinaba la palidez, y en las adornadas piedras que ilustraban nombres que yacían en el olvido.
-Hola, querido. Mira quien ha venido conmigo hoy-murmuró mientras giraba su rostro en el que caía dos alas negras de cisne barato y despeinado.-Es nuestra nieta Elena, y parece un poco triste...

La brisa mañanera trajo el olor a jazmín que provenía del abrigo de tercio piel de Elena. Sus dos grandes ojeras mostraban los días de intensidad de sentimientos, y su corazón parecía estar enterrado en aquel cementerio. Hizo notar su presencia agarrando el brazo de la abuela mientras echaba una nefasta mirada a la tumba de su abuelo.

-Abuela, ¿que tal fue la vida con abuelo?-preguntó Elena queriendo disiparse en aquel momento del presente.
-Ay, mi niña, hubo de todo, pero sobretodo, muchas esperas.
Elena perfiló su rostro y entornó la mirada hacia las arrugas sabias de su acompañante.
-¿Qué quieres decir con esperas?
-Pues que desde pequeños nos convencemos a nosotros mismos que la vida después será mejor.
-¿Después? ¿después de qué, abuela?
-¿Tú crees que cuando termines el instituto y entres en una carrera serás más feliz que ahora? ¿Verdad?
-Si, eso creo. Pero no entiendo lo que me quieres decir.
-Verás-comenzó con una sonrisa como si volviese a revivir decenas de recuerdos- yo me casé convencida de que por fin, iba a encontrar la felicidad, pero luego decidí esperar, hasta tener mi propia casa, luego hasta tener mis hijos, y después hasta que mis hijos se hicieses mayores. Convencida de que cada uno de esos deseos era la único que me faltaba para ser feliz, y de esta forma, la vida pasa ante tus ojos esperando el tren de la felicidad, que nunca llega.
-Entonces, ¿te arrepientes de haberte casado y de tener hijos?-preguntó Elena con tono culpable.
-No, no, no-contestó veloz.- De haberme casado y de tener hijos no. De lo único que me arrepiento es de no haber sabido vivir más intensamente cada uno de esos momentos, y de haberme entristecido-acarició el rostro de su nieta con dulzura-por tonterias.
-Entonces, ¿nunca fuiste feliz?
-Claro que si, mi niña. Hubieron momentos de felicidad, pero me perdí otros muchos por no saber reconocerlos.-La mujer posó la lápida de su marido con una sonrisa en su rostro, consumido por la vejez.-¿Sabes  lo que he aprendido después de todos estos años?
-¿El qué, abuela?
-Que la felicidad no llega cuando conseguimos lo que deseamos, sino cuando sabemos disfrutar de lo que tenemos-su voz era firme, y ligera.- No soñando con el mañana y viviendo el hoy. Elena, atesora cada momento de tu vida, y recuerda que el tiempo, no espera por nadie. Trabaja como si no necesitases dinero, ama como si nunca te hubieran herido, y baila como si nadie te estuviera viendo. Ya que no hay mejor momento para la felicidad que justamente este.-Una sonrisa apareció en su rostro.- Si no es ahora, ¿cuando, mi niña?

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