sábado, 9 de agosto de 2014

La sinceridad siempre fue mi punto fuerte (y débil para el rival)

Evitemos las falacias,
nunca seré tu Julieta ni mucho menos tu Romeo.
No iré al balcón para cortejarte,
ni moriré por ti.
Lucharía por verte sonreír, pero ningún ejército me quitará la sonrisa.
Y menos si el bando contrario es el amor.
No miento al decir que te quiero,
y sé que debería de ser menos peón valiente, y más rey cobarde y asustado.
Pero solo tú conoces la reina que hay en mi, y cómo sabe moverse por todas sus casillas,
la misma que se arranca las costras de las heridas antes de que sanen,
la que deja las puertas del armario abiertas para que venga algún monstruo a por ella, con la esperanza de que algún día fuese Cupido,
para cortarle las alas,
y quemarle las flechas.
No temas, nena, jamás escribí que vaya a dejar de quererte,
aunque desee ver el amor muerto,
seguiré teniendo esa mirada deseosa al ver la curva de tus caderas,
y Diablo mío,
ojalá todos tuviesen aquel encanto que ofrece tu risa,
y la forma tan tímida que tienes al colocar tu pelo detrás de las orejas cuando escribes,
y ese lunar al lado de tu labio que tantas sonrisas me crea.
Eres frágil,
como este papel,
y puede que también te cortes como cuantas veces nos hemos cortado con algún libro (sobretodo nuestros favoritos).
Pero eres dura y meterás tu herida en sal,
o en el mar,
ese azul que tanto odias por quién sabe, y que tanto amo por quién yo sé.
Aún no entiendo cómo puedes detestarlo, jamás te lo pregunté. Supongo no quiero saber tu respuesta, no deseo verte bañada entre las palabras que yo misma ahogué al pensar que ese agua tenía el azul de los ojos de mi ángel, por la estúpida razón de que así, alguna vez entre su eternidad mortífera pudiera leerme, o verme llorar.
Y resultó que reflejaba el azul del cielo, y ahí si que no podían llegar mis palabras.
Dejémonos de romanticismos,
el amor es infierno
y pensarás que estoy loca pero pienso desarmarlo y dejarlo desnudo y humillado ante la muerte, aunque a veces llego a la conclusión que estos dos son aliados,
y que vienen siendo lo mismo.
No te temo, amor cobarde, has hecho mucho daño a seres que quiero y pagarás por ello.
¡Da la cara!
Aquí te espero con escudo y espada,
con mi lápiz y papel,
porque tú mismo sabes que las palabras hacen heridas en el alma, y que te ahogarás algún día entre el mar de mis versos como hiciste con aquellos ojos azules que me arrebataste,
aunque siempre habían sido tuyos.
Me pondré mi armadura y agarraré mi alma,
oscuridad tendrás mis ojos,
cenizas mi arma.
Miraré sin temor al amor, con los mismos ojos de la muerte dedicando su mirada a la vida después de echarle un buen polvo, sonreiremos, y ese será nuestro día, aunque ambos nos lo repitamos todas las veces que nos encontremos.
Pero, no te pongas en medio, nena o mi espada irá hacía tu pecho,
no llores,
no me pidas que me rinda por ti
porque lo siento,
yo por el amor no pienso morir.

¡Muerte a la vida!

Me está mirando con temor en los ojos,
y valentía en la oscuridad.
Sus demonios sonríen cuando me muestran la cabeza del ángel de su hombro derecho,
que tenía los ojos azules,
y el único sentimiento de ella entre sus dedos.
Me está mirando
y no es hermosa,
y no sonríe,
y no llora,
y no ama.
Tan solo me mira
haciéndome comprender que la vida está aullando a la muerte,
porque ella solo cortaba cabezas para salvar unos ojos azules,
que se volvieron negros,
y los cerró para siempre.
Como ella su corazón,
también negro
y también para siempre.