martes, 20 de mayo de 2014

Meluak.

Me la encontré en una cafetería madrileña un día de verano sin sol. Ella llevaba un vestido blanco, con alguna que otra mancha de macarrones con tomate en la manga, y una sonrisa de carmín muerto.
Minutos antes de verla entrar por aquella puerta verde, veía el mundo como Holly Golightly observaba los jueves; de color rojo. El rojo es un color para los payasos, y no tiene porqué un payaso ser feliz. El rojo es un color muy triste, es el de amor.
Supongo que en ese instante de olor a café y su perfume de los domingos, mi vida se mezcló con un color más maligno, ya que mi mirada se volvió completamente negra, puesto que había visto un ángel que había declarado la guerra a Cupido, y ya no quería volver a volar porque sabía que se daba con las rejas de cielo.
Ella se sentó en la mesa de al lado de mi corazón, incluso a veces pienso que pudo oír mis latidos. La miraba como mira una prostituta a su cliente, con esa mirada de "no me conoces de nada, ni yo a ti tampoco, pero juro por Dios que entre las dos y las tres de la madrugada te haré rozar las nubes". Poseía una palidez que mostraba una elegancia que solo los bailarines de ballet podrían conseguir bailando "el lago de los cisnes". Se encendía un cigarro detrás de otro como si quisiese que su alma se disipase con el humo, y rezando a algún Dios para que no aparezca alguien con quien poder volar de nuevo. Tenía una mirada triste y negra, aquella mirada que le echábamos a nuestros padres el primer día de guardería, una mirada que pedía auxilio. aún sabiendo que nadie le respondería a sus lamentos. Se mordía las uñas sin parar, con lágrimas en los ojos, y la sonrisa como la de una ludópata con una tragaperras al lado. Ansiaba que me mirase, ella no sabía que me había puesto mi falda más elegante porque sabía que algo esperanzador iba a destacar en ese día. Recé unas cuantas veces a Cupido para que girase la cabeza y se encontrase con unos ojos enamorados, pero tras tomarse su café, pagó más de la cuenta, se levantó y con su vestido más alegre y su sonrisa suicida se fue como se fueron cada uno de los clientes a lo largo e la mañana de aquella cafetería en aquel día de verano sin sol. 
Fue la última vez que la vi, y desde entonces suelo mancharme la manga de macarrones.

Los amantes de la Muerte.

Querida Muerte:
declaro que he sentido y seguiré sintiendo el dolor que me ha llevado a escribirte y al que debo mi existencia. A mi alma pongo por testigo en el amanecer de este día, que la amaré hoy para regalarle mis cenizas mañana. Ha habido veces en el que mi silencio ha hablado más en estos tiempos de cólera para este corazón inhumano. El grito de ustedes no me corroe por dentro porque prometí no olvidar el estallido de su risa, ni el color de sus besos.
Me pedisteis a mi que olvidara aquellos ojos negros, y aquí me tenéis, no puedo pedir perdón por mis pecados, porque incluso el Diablo se compadecería de mi. Hablo con la voz de Cupido, soy el grito de los enamorados.
Lo siento, señoría, nunca dejaré de amar.
                   
                                                                        Atentamente, su suicida.






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