domingo, 19 de octubre de 2014

Algo de vida, o de poetas que han visto arcoiris.

Hablemos de la poca tinta que suele tener mi bolígrafo cuando más tengo que escribir.
Vacías (y sin tinta) quedarán estas palabras, pero al menos, llenarán el folio y no mi corazón,
que éste ya está dando más de sí últimamente.

En la mesa del fondo, ahí estaba ella, la de los ojos tristes, creo que la reconoceréis enseguida. Lleva siempre un vestido blanco con margaritas en sus caderas, suele estar cantando y con una sonrisa revuelta entre sus labios.
Puede que la veáis bailar sobre alguna cornisa a treinta y tres metros de altura. Oiréis a las persona gritar que esa niña se quiere suicidar, pero ella volverá a sonreír y a decir que tan solo le gusta bailar en sitios altos.
Siempre decía que nunca hace lo que se espera de ella, y que estaba tan cuerda que no entendía el por qué su madre gritaba cuando se colgaba de su cuerda para huir de casa por la ventana.
He escuchado decir que hace falta que no haya esperanza en una persona para poder verla, y que únicamente pueden oírla reír aquellos que nunca han visto un arcoíris.
Leí que aparecía en momentos en los que dejamos de lado a nuestros demonios y ángeles. Como cuando pegamos un mordisco a un helado y nos duelen las encías, cuando quedamos con alguien en pleno agosto y recordamos que nos hemos olvidados echarnos desodorante. Cuando corremos detrás del autobús, cuando nos dejan nuestras madres en la cola del supermercado sin dinero, o cuando dejamos atrás el dedo meñique en algún mueble.
Ahora está más cerca,
en la mesa de mi derecha,
donde no hay corazón.
Sabe que estoy escribiendo sobre ella, por eso me mira,
me sonríe,
y yo dejo de escribir porque me estaría riendo a carcajadas de todos los poetas que intentan describir la vida y no la han vivido nunca.
Aunque a veces pienso que quizás la hayan podido ver tras haberse quedado sin tinta en su bolígrafo al intentar escribirla.

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