domingo, 19 de octubre de 2014

Los atardeceres, mi miedo, y tú.

Son las una de la madrugada.
Tú estas durmiendo,
y yo estoy escribiendo porque supongo que me habrás contagiado algún tipo de insomnio de los tuyos,
o yo que sé.
Pero necesitaba escribirte.
Me volví cobarde ante los atardeceres,
me volví tan cobarde que ya los evito porque pienso que me apagaré como ellos.
Y es que hace ya mucho tiempo que yo no quiero apagarme, nena.
Supongo que me he convertido en una especie de vela inmune al diluvio que cae sobre ella, o que simplemente soy un fuego cualquiera, pero que tengo alguien sujetando un paraguas de Naruto para que no me caiga ni gota.
Creo que me da vergüenza admitir, que son las una de la mañana y que aquí me tienes.
Estoy enamorada de ti,
joder, sí.
Y no sé si darte las gracias por protegerme de la tormenta, o enfadarme por hacerme vulnerable ante los atardeceres.
Con lo melancólico que era ver que no te apagabas sola.
Y porque, joder
te quiero,
y no quiero apagarme nunca.


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