miércoles, 5 de noviembre de 2014

Chica nieve.

Hoy me he despertado en la cama correcta, sin sol, sin estrellas, y sin poder divisar la luna. El frío no se presenció tan solo en mi nariz como todos los inviernos, sino que también me indicaba ésta vez que no estaba en el lado correcto de mi cama correcta.
Giré la cabeza y observé la respiración profunda y ruidosa de mi hermana pequeña. No traté de pensar en el barco que se podría hasta hundir sobre el charco de babas que ella había trabajado toda la noche, y me di cuenta de que tampoco era la persona correcta con la que estaba durmiendo.
Así que,-con la corrección ya escrita,- hoy me he despertado en la cama correcta, sin sol, sin estrellas, sin luna; sin la persona adecuada, y en un lado que no era el mío.

Morfeo, que se había reído durante semanas de mi insomnio, me ofreció un trato: si el reloj tenía una hora inferior a las seis y media, me dejaba dormir plácidamente hasta que mi padre preparase el desayuno. Y, si marcaba más allá, me quedaría despierta con él.
Morfeo, inmediatamente, me dijo que buscaba siempre lo mejor para sus clientes, aunque yo creo que le había caído bien a aquel tipo.
Acepté, e inexplicablemente, veintiún segundos después me encontré sentada con un peluche en mis manos y narrándole mi vida somnolienta a un señor que controlaba el sueño.

Cuando quise darme cuenta del aburrimiento de mi acompañante nocturno, ya estaba de pie en la cama y con una pistola apuntándome en la sien.
Ahora mismo no recuerdo la expresión que tendría mi rostro, pero me arriesgaría diciendo que se parecería a cuando nos quedamos solos en la cola del supermercado, y sin dinero.
Probablemente, acertaría.

Intenté esquivar la letra de November rain, pero el impacto sobre mi cabeza fue tan preciso que creí tener el corazón en la mente. Eso explicaría lo abrumada que me sentí cuando vi o a mis sesos, o a mis sentimientos brotar de los ojos.
Aún mantenía aquella mueca de incredibilidad cuando supuse que aquella fue la primera vez que el corazón, la razón se pusieron de acuerdo para destruirme. Mencionando su aliado y amigo de la noche, Morfeo.
Me juego la cabeza-aunque ya no había nada entre mis hombros,-a que fue aquel traidor el que me sujetó cuando quise levantarme a por mi coraza. Me recriminó que no tendría que habérmela quitado aquella noche, que soñar también era una guerra; y que la bandera blanca, y la negra estaban en la misma trinchera.

No puedo recordar nada más de aquella noche. Aunque, al levantarme otra vez a las seis y veintiocho de la madrugada y estar escribiendo con Morfeo afilándome el lápiz, he pensado que quizás alguien se ha enamorado de mis ojeras. Y se pasa todas las noches conmigo en el lado frío de la cama incorrecta tratando de adivinar si hacer el amor, o la guerra a la persona correcta.









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