domingo, 30 de noviembre de 2014

Sigo pensando el título

Me siento en mi cama, la televisión está encendida en el salón y mi madre está insultando a no sé quién porque no le salen las galletas.
En la calle hay un vecino con la equipación española, un coche amarillo aparca y pasa una señora mayor la cual parece odiar sus zapatos.
Están construyendo un edificio enfrente del mío, me lo repito cada mañana porque parece avanzar más rápido que mis noches y porque no quiero que haya más personas en mi barrio; no si no son los que se fueron y no han vuelto.
El ruido de las obras han sustituido a los pájaros mañaneros. Nunca creí que iba a echar de menos aquel gorrión que me despertaba los fines de semana. Supongo que cuando vivimos algo peor a lo anterior, nos damos cuenta de que no estábamos tan mal como creíamos. Quién sabe, tal vez dentro de unos meses haya tráfico cada mañana y eche de menos el ruido de las obras.

Mi madre sigue gritando, abre la puerta y entran unos viejos amigos suyos a la casa; minutos después llama la vecina para pagarnos el alquiler. Noventa euros de luz ha gastado la mujer este mes y al ir a la puerta para ver qué pantalones lleva hoy,-creo que esa chica tiene un armario lleno de pantalones con estampado hippie-me doy cuenta del cadáver que tengo delante. Eso sí que son ojeras y lo demás es desamor nocturno. Lleva el pelo despeinado y con una felpa beige, una camiseta blanca y ésta vez ni me fijo del pantalón. De sus dedos cuelga un cigarrillo consumido, parece que ni le ha dado una calada.
Me recuerda al aspecto que tenía la primera vez que me desnudé con alguien: el rímel en forma de lágrima, las uñas mordidas, y mis dientes tiritando. Me sentía bien; parecía como si me hubiera metido en el mar y tenía menos peso encima.
Pero al llegar ahora a mi habitación y ponerme delante delante del espejo, no puedo reprimir una mirada de desamparo. Pero, qué demonios te ha pasado, me digo como preguntaba mi madre cuando llegaba a la casa tarde y llena de barro.

"Tengo que desnudarme, otra vez"Concluyo y me ordeno cómo si no supiese la caries que tengo en el corazón por no cuidarlo, y lo que duele tomar algo dulce.

Después, cojo un folio y muestro mis dientes en una mueca que parece más autodefensa que sonrisa, y no veo diferencia alguna entre el cigarro consumido de la vecina y mi lápiz. Ambos son armas y están siendo empleadas por dos personas que oyen las mismas obras cada mañana. ¿Somos iguales mi vecina del primero y yo, del segundo? Me quedo pensando durante un rato, y la negación llama a mi mente diciéndome que ella tiene noventa euros y yo no. Además,-me digo- no se desnuda como hago yo. Y lo peor no es eso, sino que cada mañana se tiene que poner unos pantalones hippie con alguien que no le hace sentir como un océano.




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